Relatos sobre árboles. El gomero.

Ese pariente que siempre llega tarde y con las manos vacías. Que se sienta en el banquito de madera junto a los más jóvenes dejando caer a peso muerto sus más de cien kilos. Que estira los brazos a todo su ancho y abre la boca con fétido aliento para desperezarse. Que más de una tía pensó en podarlo del tablón del domingo, pero que no se puede, porque es familia. Que ni se percata de que su robustez y desaliño desentonan con las figuras esbeltas y perfumadas que rodean la mesa. Que los adultos susurran indignados que cómo no le da vergüenza sobrevivir a costa de la jubilación de la vieja, tan estrecha como el cantero de una vereda céntrica, cuarteado por las raíces que le exigen más de lo que puede dar.

Él igual sonríe. Cuenta con gracia sus anécdotas que provocan carcajadas en la multitud. Sabe bien lo que hablan de él, pero hace como que no. Porque sabe también que es culpa del destino y nada puede hacer.

Es como un enorme gomero incrustado en la ciudad. Los vecinos y los transeúntes solo quieren volarlo de ahí porque estorba. Para su desgracia, fue allí donde nació. Pero si en cambio le hubiera tocado crecer en una estancia, en donde no hubiera zuncho que acotara su arraigue, entonces todas las criaturas sobre la tierra le estarían agradecidas por su cobijo, su buen humor y su grandeza… ahí la historia hubiera sido diferente.

Publicado por guillerminahuth

Soy Licenciada en Administración graduada en la UNLP, trabajo como administrativa en el estado provincial y disfruto de escribir cuentos y relatos.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar